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He venido los caminos malviviendo,
sembrando nada en los senderos ancestrales,
el adiós, el beso tibio en boca triste:
naranja jugosa en la hojarasca.
Mi manantial de sueños, mi siempre y nunca
en la vagancia; mi sol callado en la distancia,
he roto el espejo y cortado claveles
que se quedaron tirados en la calle.
Me he hecho de todo tanto
que ahora todo me ha hecho suyo
y soy: la cáscara amarga en el tronco
y la dulce savia en su vientre:
la espiga en el campo;
y todo lo hice sangre para un palabra
germinada en verso.
Me he cambiado de zapatos en pleno camino,
de vivienda, de suelos y de idioma,
y siempre siempre el llanto
que quiso regresar y regresar al principio,
y besar la tierra y cavar a fondo
el porqué de mis distancias.
He recorrido el tramo largo trasladando
mi pluma y mi tristeza y mi quién sabe cuánto,
y he hospedado en mi hotel corroído
a las señoras que acariciaron mi vacío,
mis ojos y mi cuerpo y ser distante;
he andado y deambulado el precipicio,
y fustigado y muerto en vida en retener
una mano y un minuto ya desperdiciados.
He sido noche en la mañana: he amado
mi niebla, la arena, la música de mar
y estrellas; la luna en mi marea. Reconozco
el olvido, los adioses, mi pantalón de niño
roto a las rodillas; y vuelo y revoloteo
en la sonrisa tierna y triste de alguien
que hoy me espera.
Amo entonces mi solemne paso lento
y mi alegría inagotable; mi sin rumbo
y mi sin paz: la verdad que no me deja desandar
los caminos que he venido malviviendo.
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